Peinetones, Voluntad de desmesura II.

Mercedes Mac Donnell.

El Peinetón, como objeto, reclama la mirada de los otros, los que miran, e impone al que lo porta un modo recto de andar, con la cabeza alta y la espalda erguida, suelto el cuerpo hacia el espacio -el mundo- donde alza su forma.

Agotado su uso como ornamento, desaparecido como una evolución espontánea en el repertorio habitual del vestir, el peinetón aún conserva intacta la metáfora que acciona su contemplación como objeto. Los peinetones de María Silvia Corcuera Terán, con sus elementos poéticos y políticos emplazados en lo alto otorgan al objeto la posibilidad no ya de convertirse en mudos signos de época sino en manifiesto de estado de cosas y órdenes existentes. Adquieren un carácter inquietante. No casualmente surgidos del papel, los peinetones dicen, proclaman, exhiben aquellas marcas de las que el mundo acontece, exigiendo al otro que se detenga y observe ese registro disperso y sujeto a lo que viene y se transforma. En su serie, la artista dividió su obra en tres partes bien diferenciales.

Los peinetones con colores atractivos, cargados de sentidos múltiples - infiernos Borgianos, billetes, banderas y calderos, conductas míticas de los argentinos. Como si la intención oculta de la imaginación de la artista, fuera a ser del peinetón el espejo que refleje palabras no expresadas, situaciones ocultas, elementos que nos recuerden quienes somos. Allí en lo alto de la cabeza, coronando nuestra identidad el sentido se exhibe ante el mundo, desde ese objeto anacrónico que soporta y convoca a la memoria.

En las acuarelas, la mirada adquiere reposo, ya no se agita. El espectador es preparado así para ingresar a la zona donde la fuerza del peinetón es trascendida, excedida, y transmutada su figura. En las cajas los rostros en tensión no tienen brazos, ni piernas, y en lugar de cabellos tienen fragmentos blancos como en tallos, en sogas que los sujetan; expresando el entramado extendido de la suma de relaciones y de todos los vínculos (el que mira ese rostro es ese rostro). La obra se ofrece así como espejo desde el artificio dramático y a la vez desafiante en el que se instala la figura, devastada, sin fuerza ya para gritar. El objeto acusa el golpe. La metáfora acaba de tener lugar.